La diócesis de Zárate-Campana celebró la Jornada del Niño por nacer el día 27 de marzo, en la iglesia co-catedral de la Natividad del Señor, como el día 25 lo había hecho en distintas parroquias, notablemente en Nuestra Señora del Carmen, en Zárate.
La misa de vísperas del Domingo de Ramos, en Belén de Escobar, presidida por el obispo Mons. Oscar Sarlinga, fue la ocasión de celebrar dicha Jornada, que tuvo gran concurrencia de familias jóvenes, mucha juventud (que se reunió luego en las instalaciones pastorales de la co-catedral) y representación de distintas comunidades de la diócesis y de orden civil. Por el municipio se hallaba presente el primer concejar, Sr. Sergiani, y representando a distintos sectores de la sociedad civil, el cuerpo de bomberos de Escobar, la Fundación Raoul Wallenberg (a través de la Sra. Ingeborg Schön y la Sra. Graciela Castelnovo), la colectividad italiana y otras colectividades, así como grupos de oración de los cenáculos de Nuestra Señora del Cielo.
Concelebraron con el Obispo el vicario general, Mons. Edgardo Galuppo, Mons. Marcelo Monteagudo, delegado para las Misiones, el cura párroco, Pbro. Daniel Bevilacqua, y los presbíteros Sponda (de la Compañía de Jesús), Nicolás Guidi y Mauricio Aracena, estos dos últimos colaboradores de fin de semana de la iglesia co-catedral.
HOMILÍA DE MONS. OSCAR SARLINGA EN LAS VÍSPERAS DEL DOMINGO DE RAMOS Y CELEBRACIÓN DE LA JORNADA DEL NIÑO POR NACER
BELÉN DE ESCOBAR, en la iglesia co-catedral de la Natividad del Señor, 27 de marzo de 2010
En la celebración de las Vísperas del Domingo de Ramos, miramos con ojos nuevamente admirados el misterio de la Encarnación del Señor, que se manifiesta en esta celebración en su aclamación como el Bendito del Señor, el Hijo de David, el Rey Mesías. Al mismo tiempo, recordamos hoy, en esta iglesia co-catedral de la Natividad, la festividad que dos días atrás hemos celebrado, la Anunciación a María Santísima por parte del arcángel, que nos manifiesta el "gesto divino" de la pura gracia y la respuesta generosa, purísima, de la Virgen: el "Sí" que nos dio la redención, haciendo posible para nuestra humanidad el inefable misterio de la Encarnación, por obra del Espíritu Santo. En la Anunciación celebramos el día en que el Hijo de Dios, gracias a la acción del Omnipotente Espíritu, se hizo verdadero Hombre, y, como tal, ha sido embrión humano, recién nacido, niño, adolescente, joven y adulto. En diversas naciones, por disposición de las Conferencias Episcopales, y en nuestro país también por ley, se celebra la “Jornada del Niño por nacer". Nosotros lo hacemos hoy, como diócesis de Zárate-Campana, con plena conciencia de nuestro derecho y deber de proteger, respetar, promover, defender, la dignidad de vida humana en todas sus fases, desde la fase del niño por nacer hasta la del anciano y el muriente. La plena dignidad de la vida humana resplandece en la muerte y resurrección del Señor Jesús -que en la Semana Santa que hoy iniciamos se manifiestan con toda claridad- pues Él, el Hijo del Altísimo, es “médico de nuestras almas y de nuestros cuerpos, que ha querido que su Iglesia continuase, en la fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación y de salvación”(1). ´Sean pues bienvenidas todas las iniciativas por la vida humana, frente a la tentación, siempre recrudesciente, del egoísmo individualístico o de las amenazas a la vida desde la concepción. También la causa contra la miseria, material y del espíritu, y un empeño renovado por el bien común, ayudarán en esta misión.
Esta Jornada servirá también para un renovado examen de conciencia acerca de nuestra palabra y de nuestra acción al respecto, en los desafíos humanos y pastorales que nos presenta el inicio del Tercer Milenio. Recuerdo que a ello nos llamó S.S. Juan Pablo II en su primera encíclica (sobre el Redentor): “Es acerca del primordial derecho a la vida que, en el alba de este tercer milenio, la entera sociedad encuentra el deber de realizar el examen de consciencia, no para cargar fardos sobre los hombros de otros, ni para provocar agravios de pena a quien ha sido ya probado, sino por el deber que tiene, en bien de sí misma, de mirar hacia adelante en dirección al futuro. Entre los signos de "caducidad" de nuestro tiempo, el cual ha progresado, pero que se halla necesitado de redención, cito la «deficiens reverentia erga vitam nondum natorum» (falta de respeto hacia la vida de los todavía no nacidos)"(2).
Porque, hermanos y hermanas, la tutela de la vida humana tiene que ver, y esencialmente, con el bien común, como lo afirma, por lo demás, el Catecismo de la Iglesia católica. “La vida y la salud física son bienes preciosos donados por Dios. Debemos tomarlos en nuestro cuidado, teniendo en cuenta las necesidades de los demás y del bien común”(3).
Asimismo, como lo enseña el Concilio Vaticano II, la vida, "una vez concebida, debe ser protegida con el máximo cuidado. La índole sexual del ser humano y la facultad humana de engendrar son maravillosamente superioresa a cuanto acontece en los estadios inferiores de la vida, por ello también los actos mismos, propios de la vida conyugal, ordenados según la verdadera dignidad humana, deben ser respetados con gran estima”(4). Esto proviene de la concepción antropológica, que se trasunta en la constitución Gaudium et spes, a saber, que «es la persona humana la que hay que salvar, y es la sociedad humana la que hay que renovar... el hombre concreto y total, con cuerpo y alma, con corazón y conciencia, con inteligencia y voluntad»(5). Por este motivo, con sentido constructivo, con paz, con diálogo y con convicción, la sociedad civil y las instituciones hemos de dedicar especiales iniciativas para celebrar la vida humana, así como trabajar intensa y dedicadamente por su tutela.
Más aún, este cuidado de la vida del niño por nacer, y, a continuación, del niño en sus años de iinfancia y de su juventud, marca la pauta de calidad relacional en la sociedad humana(7). Mucho también tenemos que hacer, todos, examen de conciencia acerca de nuestra contribución a esa calidad relacional.
Por último, quería dejarles un pensamiento del Obispo y Doctor de la Iglesia, San Agustín, acerca de su meditación de la expresión evangélica de Mateo 1,20 (quod in ea natum est, de Spiritu Sancto est; lo que ha nacido en Ella proviene del Espíritu Santo). Él nos enseña como, en sentido espiritual, pueden verse allí "dos nacimientos" del ser humano: primero se nace "en" las entrañas maternas (con la concepción) y luego "de" las entrañas maternas (con el nacimiento propiamente hablando). El uso que hace San Agustín del verbo "nasci" (nacer) en el lugar de "concipi" (concebir) es muy indicativo de la altísima consideración que le da a la vida humana pre-natal: el ser humano concebido es, "en el sentido en que lo hemos expresado", "ya nacido". Escuchémoslo de sus propias palabras: "…por una especie de sacramento has nacido en las entrañas maternas. El ser humano, en efecto, no sólo nace de las entrañas sino también en las entrañas. Primero se nace en las entrañas, para que se pueda nacer de las entrañas. Por esto fue dicho también de María: «lo que ha nacido en ella viene del Espíritu Santo» (...). No era todavía nacido de ella, pero era nacido en ella"(8).
La Pasión de Jesucristo, que ha quedado como impresa hoy en nuestros corazones mediante la meditación de la Palabra divina, trace en nosotros sendas de esperanza que nos hagan testigos vivientes del Poder de la Resurrección.
Esta Jornada servirá también para un renovado examen de conciencia acerca de nuestra palabra y de nuestra acción al respecto, en los desafíos humanos y pastorales que nos presenta el inicio del Tercer Milenio. Recuerdo que a ello nos llamó S.S. Juan Pablo II en su primera encíclica (sobre el Redentor): “Es acerca del primordial derecho a la vida que, en el alba de este tercer milenio, la entera sociedad encuentra el deber de realizar el examen de consciencia, no para cargar fardos sobre los hombros de otros, ni para provocar agravios de pena a quien ha sido ya probado, sino por el deber que tiene, en bien de sí misma, de mirar hacia adelante en dirección al futuro. Entre los signos de "caducidad" de nuestro tiempo, el cual ha progresado, pero que se halla necesitado de redención, cito la «deficiens reverentia erga vitam nondum natorum» (falta de respeto hacia la vida de los todavía no nacidos)"(2).
Porque, hermanos y hermanas, la tutela de la vida humana tiene que ver, y esencialmente, con el bien común, como lo afirma, por lo demás, el Catecismo de la Iglesia católica. “La vida y la salud física son bienes preciosos donados por Dios. Debemos tomarlos en nuestro cuidado, teniendo en cuenta las necesidades de los demás y del bien común”(3).
Asimismo, como lo enseña el Concilio Vaticano II, la vida, "una vez concebida, debe ser protegida con el máximo cuidado. La índole sexual del ser humano y la facultad humana de engendrar son maravillosamente superioresa a cuanto acontece en los estadios inferiores de la vida, por ello también los actos mismos, propios de la vida conyugal, ordenados según la verdadera dignidad humana, deben ser respetados con gran estima”(4). Esto proviene de la concepción antropológica, que se trasunta en la constitución Gaudium et spes, a saber, que «es la persona humana la que hay que salvar, y es la sociedad humana la que hay que renovar... el hombre concreto y total, con cuerpo y alma, con corazón y conciencia, con inteligencia y voluntad»(5). Por este motivo, con sentido constructivo, con paz, con diálogo y con convicción, la sociedad civil y las instituciones hemos de dedicar especiales iniciativas para celebrar la vida humana, así como trabajar intensa y dedicadamente por su tutela.
Más aún, este cuidado de la vida del niño por nacer, y, a continuación, del niño en sus años de iinfancia y de su juventud, marca la pauta de calidad relacional en la sociedad humana(7). Mucho también tenemos que hacer, todos, examen de conciencia acerca de nuestra contribución a esa calidad relacional.
Por último, quería dejarles un pensamiento del Obispo y Doctor de la Iglesia, San Agustín, acerca de su meditación de la expresión evangélica de Mateo 1,20 (quod in ea natum est, de Spiritu Sancto est; lo que ha nacido en Ella proviene del Espíritu Santo). Él nos enseña como, en sentido espiritual, pueden verse allí "dos nacimientos" del ser humano: primero se nace "en" las entrañas maternas (con la concepción) y luego "de" las entrañas maternas (con el nacimiento propiamente hablando). El uso que hace San Agustín del verbo "nasci" (nacer) en el lugar de "concipi" (concebir) es muy indicativo de la altísima consideración que le da a la vida humana pre-natal: el ser humano concebido es, "en el sentido en que lo hemos expresado", "ya nacido". Escuchémoslo de sus propias palabras: "…por una especie de sacramento has nacido en las entrañas maternas. El ser humano, en efecto, no sólo nace de las entrañas sino también en las entrañas. Primero se nace en las entrañas, para que se pueda nacer de las entrañas. Por esto fue dicho también de María: «lo que ha nacido en ella viene del Espíritu Santo» (...). No era todavía nacido de ella, pero era nacido en ella"(8).
La Pasión de Jesucristo, que ha quedado como impresa hoy en nuestros corazones mediante la meditación de la Palabra divina, trace en nosotros sendas de esperanza que nos hagan testigos vivientes del Poder de la Resurrección.
Notas:
(1) CEC, 1421.
(2) JUAN PABLO II, Enc. Redemptor hominis (4 marzo 1979), n.8 = EncVat 6/1190
(3) CEC, 2288.
(4) CONC. ECUM. VAT. II, Const. past. Gaudium et spes, 51. CONCILIO VATICANO II, Costituzione pastorale sulla Chiesa nel mondo contemporaneo Gaudium et spes (7 dicembre 1965), nn.27. 51 = EncVat 1/1403-5. 1481ss:
(5) Ibid. n. 3.
(6) Cf JUAN PABLO II, Allocuzione all’assemblea generale delle Nazioni Unite, (2 de octubre 1979), n.21 = AAS 71(1979) 1159 = EncVat 6/1758
(7) SAN AGUSTÍN, Enarrationes in Psalmos 57,5 (del 415 circa) = PL 36,678 = CCL 39,713
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